La identidad personal está formada por elementos como la cultura, el género, la sociedad y las emociones, que nos definen como individuos y determinan nuestra relación con el mundo. La cultura africana nos enseña a que la identidad personal se construye gracias al descubrirnos en un "nosotros".
La identidad importa - Una reflexión africana de Princeton Abaraoha
«¿Quién soy yo? Esta pregunta late como un tambor en el corazón de muchos, no sólo entre los jóvenes en busca de sí mismos, sino para todos los que navegamos por las mareas rápidamente cambiantes del mundo. Saber quiénes somos es esencial: nos asienta como las profundas raíces del árbol de Iroko en una época en la que se celebran las diferencias, pero también pueden confundirnos. Hay cuatro identidades fundamentales sobre las que reflexionar a la hora de definirnos: Cristiana, personal, racial y étnica.
Identidad cristiana
Como africanos, conocemos la centralidad de nuestra fe, y como cristianos, nuestra primera y más importante identidad es la de ser amados por Dios. Somos hijos predilectos de un Dios amoroso, y esta verdad es fundamental. Aunque el mundo nos tiente a desviarnos, siempre debemos aferrarnos a este conocimiento: fuimos creados por amor, para vivir en el amor y para compartir el amor.
Nuestros mayores nos enseñan que este viaje para comprender nuestra amada identidad puede durar toda la vida, al igual que la sabiduría de los antepasados, que tarda años en comprenderse plenamente. Sin embargo, debemos esforzarnos por vivirlo. Sabernos sostenidos por el amor eterno de Dios nos ayuda a navegar por la vida, aclarando nuestras decisiones y recordándonos quiénes somos en esencia.
Identidad personal
Nuestra identidad personal es la melodía única a la que damos vida, el ritmo individual que nos diferencia de los demás. No se trata simplemente de nuestros papeles o títulos; es la esencia de lo que somos y lo que queremos que los demás entiendan de nosotros. A menudo me presento con orgullo como «pastor evangélico, progresista, anglicano, presbiteriano africano, nigeriano, evangelista, entrenador, facilitador, predicador».
Estas palabras no sólo definen lo que hago, sino que cuentan la historia de mi viaje, mi vocación y las influencias que me han formado. Revelan mi identidad espiritual, étnica y profesional, al igual que los nombres de alabanza que nuestros antepasados utilizaban para captar el espíritu de una persona en unas pocas y poderosas palabras.
Identidad racial
Algunos se preguntarán por qué no incluyo mi identidad racial en esta introducción. La verdad es que la identidad racial no es lo que somos, sino cómo nos define a menudo el mundo. La raza es una etiqueta política, ligada al color de la piel y que no capta la riqueza de nuestra herencia. Llamarme «africano» es demasiado amplio; no habla de la complejidad de mis tradiciones culturales ni del camino específico que ha recorrido mi pueblo.
No soy sólo africano: soy igbo, con raíces que se hunden en la tierra de Ngwa. Cada grupo africano tiene su comida, sus historias, sus danzas y sus costumbres, desde el marfileño al tanzano, desde el argelino al zambiano. Puede que el término «africano» se utiliza por comodidad, pero despoja de belleza a nuestras culturas e historias, aplanando la diversidad que hace que África sea genuinamente magnífica.
Identidad étnica
Cuando reflexiono sobre la identidad étnica, pienso en las historias que se transmiten de generación en generación, la lengua que transmite nuestra historia y las tradiciones que marcan nuestras celebraciones y nuestros lamentos. Sin embargo, aquí en la diáspora, estas identidades étnicas únicas a menudo se pierden.
En las casillas del censo y en las clasificaciones sociales, se nos agrupa bajo términos generales como «negro» o «afroamericano». Para muchos de los que hemos emigrado del continente africano, estas etiquetas son limitantes, ya que borran las experiencias específicas que nos convierten en lo que somos. Para los inmigrantes africanos de segunda generación, la lucha puede ser aún mayor. Algunos reclaman el término «nigeriano-americano» o «ghanés-americano», pero se sienten desconectados de la rica herencia étnica que ha dado forma a sus familias. Otros prefieren ser conocidos simplemente como «negros», queriendo honrar las luchas de los afroamericanos cuya historia de esclavitud y resistencia está profundamente ligada a esta tierra.
Solidaridad en la diversidad
¿Es importante la identidad racial? Sí, pero no por las razones que el mundo pueda pensar. Aunque las etiquetas raciales no captan la totalidad de lo que somos, tienen el peso de las luchas compartidas. En Estados Unidos, la identidad racial es política: habla de la historia de injusticia, marginación y lucha por la igualdad. Al abrazar nuestra identidad racial, nos solidarizamos con otros que han recorrido caminos de resistencia similares.
Como africanos, unimos nuestras manos a las de los afroamericanos en la lucha contra el racismo y la discriminación, al tiempo que reconocemos nuestras diferentes trayectorias. Como cristianos, estamos llamados a apoyar a todos los oprimidos y a unirnos a aquellos cuyas luchas reflejan las nuestras.
En esta época de creciente diversidad, debemos aprender a mantener nuestra identidad única junto a las de los demás. Celebramos nuestra individualidad -nuestras historias personales y étnicas- y, al mismo tiempo, reconocemos nuestra humanidad compartida. La Iglesia, como cuerpo de Cristo, debe marcar el camino. Espero que la Iglesia nos enseñe a vernos como amados de Dios, a honrar las múltiples capas de lo que somos y a solidarizarnos con los demás sin perder la hermosa diversidad que nos hace ser quienes somos.
En África decimos: «Soy porque somos». Llevemos ese espíritu al mundo, definiéndose, permaneciendo unidos y celebrando la riqueza de cada identidad.
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